Las autoridades democráticas deben estar del lado del pueblo y de su justo derecho a la rebelarse contra los abusos
No podemos quedarnos al margen de lo que está ocurriendo en el país. Chile no es un oasis, por mucho que el Presidente y su gente vivan en una realidad alternativa y maravillosa a que la mayoría no accede.
Si se han creído ese cuento, la revuelta popular por el alza del metro, debiera abrirles los ojos a un sentimiento que es mayoritario y que no se había expresado con este nivel de energía desde las protestas contra la dictadura.
Nosotros, aquello que vivimos la realidad de vivir en una comuna pequeña y humilde, que además ha soportado las externalidades negativas de la riqueza de unos pocos que viven en la realidad del Presidente, venimos desde hace años alzando la voz en contra del abuso de ese centro sobre la periferia.
Esto que está ocurriendo no es un simple descontento, un estallido social en evolución, uno derivado del malestar por múltiples problemas y que se ha acrecentado por la actitud indolente de un gobierno que se ríe continuamente de la gente con declaraciones como las del Ministro Larraín, que cuando la inflación se mantiene nos manda a regalar flores, o cuando un subsecretario le dice a los adultos mayores que van a los consultorios que lo hacen como una forma de “vida social”, y ahora, cuando se recomienda madrugar para no afectarse frente al precio de los pasajes, entre tantos otros inoportunos desatinos del gobierno y sus autoridades.
Chile no es un oasis y los que están protestando no son delincuentes, no son terroristas, no son inadaptados. Son nuestros estudiantes, son nuestros hijos, los hijos que salieron a alzar la voz por sus padres y madres, los que están demasiado cansados, demasiado agobiados, demasiado endeudados, demasiados enfermos, sin tiempo ni siquiera para pensar en una revolución.
Es inaceptable que frente a una natural y justa molestia que desembocó en las evasiones masivas como modo de protesta, el gobierno envíe a Carabineros y a Militares a que se les gasee, a que se les golpee, a que se les reprima y a que se les trata como terroristas. Esto es un nuevo abuso del Estado de Chile contra los más débiles. No lo sabremos nosotros, los que desde regiones llevamos años de lucha contra un Estado indolente ante las zonas de sacrificio ambiental, mientras que el Presidente se pasea ufano recibiendo premios y organizando la COP25 como si poseyera cartas de pureza verde.
Conocida es la frase de María Antonieta para la Revolución Francesa, aquella que se asume la gota que colmó el vaso del descontento social en la marcha a la Bastilla, cuando le explicaron que el pueblo tenía hambre, indolente manifestó, “si no hay pan, por qué no comen tortas?”. Imposible no pensar que la estrategia del gobierno se inspira en este tipo de sentimientos de indolencia y evasión de la realidad y el mismo podría ser su destino de no caer en la cuenta que lo que se está reclamando va más allá del precio de los pasajes.
Porque si bien los estudiantes evaden el pasaje como medio de protesta, el gobierno “evade” el tema de fondo militarizando la protesta social y reprimiendo, e insiste en evadir una realidad que desconocen. No hablemos aquí de las evasiones tributarias de la élite que de ello ya se ha dicho lo suficiente y resulta peregrino.
No, señores, la respuesta al problema de las pensiones no es aumentar la edad de jubilación, es terminar con el abuso de las AFP que lucran mientras los cotizantes pierden.
La respuesta al alza del pasaje no es levantarse más temprano, la respuesta a la inflación no es regalar flores, la respuesta a los bajos sueldos y a la cesantía no es la “flexibilidad laboral”, la respuesta a la reducción de la jornada laboral no es festinar con los ejemplos burdos de la selección.
Un par de ejemplos locales de la total falta de empatía con las necesidades de la gente de Huasco me asalta cuando veo a miles de Carabineros resguardando el orden del metro en Santiago, solo para proteger los ingresos de una empresa privada y entonces recuerdo la cantidad de veces que al Ministerio del Interior les hemos solicitado un aumento de la dotación de Carabineros para nuestra comuna ante el aumento de la delincuencia. Si para Huasco y Freirina destinaran solo la mitad de los Carabineros que han dispuesto a resguardar una sola estación del metro, estaríamos más seguros. Pero nosotros no importamos.
Nosotros, que con nuestros pulmones dotamos de energía eléctrica al sistema interconectado, solo tenemos una dotación de 5 Carabineros para casi tres mil habitantes. Tenemos una provincia donde arrecia la cesantía y pese a que solicitamos obras públicas para rehabilitar ambientalmente nuestros territorios y para contener los efectos del cambio climático que nos afectarán cada vez más gravemente si no se construyen piscinas para mitigar los efectos de las precipitaciones en altura, obras todas que reactivarían la economía, a la gente se le deja en indefensión, sin proyectos estatales, y a la espera “salvadora” de que se aprueben nuevos proyectos privados.
Todo esto en un país rico en recursos naturales, como nos advertía hace años nuestra Gladys Marin, un país rico que hace teletones y rifas para ayudar a los enfermos, es un país enfermo y terminal.
Escuchar y sentir el dolor de la ciudadanía no es ser populista, ni chavista, ni izquierdista, ni nada por el estilo, es ser realista y empático con el dolor del pueblo, es cumplir con el mandato constitucional y honrar el deber moral de cumplir con la palabra empeñada con la gente.
Esos chicos que están allá afuera arriesgando su vida ante los fusiles y las metralletas de la milicia del Estado, son nuestros hijos, rebeldes, indignados de vernos tan cansados, tan maltratados, sin tiempo para reflexionar, sin ganas de alzar la voz.
Ojalá las autoridades políticas, mis pares democráticamente elegidos por su pueblo alcen la voz y exijamos juntos de una vez, los cambios estructurales que este país necesita, antes de que sea demasiado tarde.